‘Todo saldrá bien’ 

Escrito por Albert Espinosa

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“Era como un sueño. Ahí estaba Miguel, con su nieta Nuria, dando por primera vez la vuelta a la Tierra, sentados en aquella nave, mirando esa enorme bola azul desde fuera. Ahí estaban. Él, el abuelo, había soñado tantas veces con ese momento… Ella, Nuria, llevaba tiempo triste y nadie sabía muy bien por qué. Su abuelo pensó que ver el mundo desde el exterior la ayudaría, pero no fue así. Nuria miraba la Tierra, donde latían millones de corazones, pero no podía escuchar el sonido de su propio corazón. En la cabeza de Miguel resonaron las palabras que tantas veces escuchó de su propia abuela. ‘Los niños’, le decía la abuela, ‘miran mucho hacia afuera y poco hacia adentro. Los adultos miran mucho hacia adentro y poco hacia afuera.’ Si solo te fijas en los problemas, te perderás la belleza del mundo que te rodea. Ella, su abuela, la abuela del abuelo, le había recordado siempre que esa era la base de la felicidad”. Bien. “Solo los niños que sufren miran hacia adentro, y Miguel sabía que su nieta tenía una gran preocupación y aprovechó el silencio del espacio para preguntarle qué es lo que le pasaba. Y ella respondió: ‘Nada’

 Miguel intuía qué podía hacer, y decidió contarle su propia experiencia, que a veces es el camino más corto hacia la verdad escondida. ‘Cariño’, le dijo, ‘supongo que sabes todo lo que sucedió durante el COVID’. ‘Sí, abu, lo estudiamos cada año en clase, cae siempre en los exámenes’. ‘A veces no todo está en los libros, mi niña’, le dijo el abuelo, ‘yo tenía tu edad cuando pasó. En el colegio se reían de mí. Mi boca era muy grande y me llamaban buzón. Me imitaban, me tiraban papeles arrugados para encestarlos en mi boca’, le dice el abuelo. ‘Yo no sabía a quién contárselo. Me daba miedo y me avergonzaba y me sentía muy solo. Muy solo. Cada noche inventaba formas distintas para no ir al colegio y quedarme en casa con mi perro, Jano, y mi familia. Ellos eran todo mi mundo’. Nuria le miró a los ojos, y su abuelo sintió que la había atrapado con su verdad. Su pequeño cuerpecito, ella era muy chiquita para su edad, y sus dos coletas se habían girado hacia él, hacia el abuelo. Hacía mucho que no la sentía tan cerca. ‘¿Y qué pasó, abuelo?’, y dice el abuelo: ‘Pues pasó el COVID. De pronto dijeron que no se podía ir más al colegio. Todo el mundo estaba asustado, pero yo’, decía el abuelo, ‘yo era el niño más feliz del planeta. No tendría que volver a ver a los chicos que se reían de mí. Ellos eran mi pandemia personal.

Nos confinaron a todos en casa, pero yo podía salir con Jano a pasear, con el perro… Y pasó algo más increíble. Nos obligaron a ponernos mascarillas a todas horas. Nadie vería mi boca de buzón’. La niña miró la boca de su abuelo. El tiempo la había hecho aún más grande, pero a ella le pareció que tenía la sonrisa más bella del mundo. ‘Me encanta tu sonrisa, abuelo’, le dice la niña, ‘es enorme. Me haces muy feliz cuando te ríes’. Lo dijo con tal dulzura que le desmontó y a punto estuvo de dejar caer una lágrima. El abuelo, a punto de llorar, pensó que ojalá la hubiera conocido cuando era él pequeño y le hubiera dicho esas maravillosas palabras, cuando tenía tanto miedo. Y decidió seguir con su historia: ‘Aquella pandemia fue curativa para mí’, decía el abuelo, ‘era mi refugio. Mi abuela me dijo que teníamos que aprovechar los momentos en los que la vida se detiene para mejorarnos y mejorar el mundo. Durante aquel parón me di cuenta de que me iba haciendo cada vez más valiente. Aprendí que nada era tan grave y me enfrenté a otros problemas que me dieron la valentía para luchar. Cuando le conté a mis padres que me avergonzaba de mi boca, me enseñaron a amar mis diferencias.

 Aquella boca, que me hacía único. Me di cuenta de que podía reír de una forma tan amplia y tan fuerte que era contagiosa cuando lo hacía, la gente a la que quería acababa riendo junto a mí’. Dentro de cualquier pequeño cobarde hay un gran valiente. El cariño y los consejos de su familia hicieron que Miguel perdiera el miedo a volver a la escuela. Cuando regresó al colegio, dos meses más tarde, desarmó con humor y con coraje a quienes se reían de él. Ya no tenía miedo. Nuria sonrió tímidamente a su abuelo y él sintió que iba a dar ella el primer paso para contarle su pequeño secreto: aquello que la tenía tan preocupada y que hacía que mirase tanto hacia adentro. ‘Abuelo’ le dijo, ‘yo soy muy bajita para mi edad y en el cole me llaman tapón. No sé qué decirles’, le dijo Nuria. Dos lágrimas cayeron por los ojos de la niña y Miguel, el abuelo, acarició a su nieta y decidió continuar con su historia. ‘¿Sabes, Nuria? Te llamas como mi abuela. Tu tatarabuela. También era bajita, pero fue la persona más luchadora, la mujer con mejor humor y más buena que he conocido.

Ella siempre se enfrentó a todos sus problemas y estuvo a la altura de cualquier miedo. La grandeza no está en el tamaño. El coronavirus, la atrapó’, a la abuela, a la abuela del abuelo, ‘y la llevaron al hospital. Aquel día lloré mucho y descubrí que había problemas más grandes que mi boca. Ella estaba sola en su habitación, sola. Junté todas las mascarillas del cajón y construí con ellas la cometa más grande que pude.

Y corrí al hospital y lancé la cometa al cielo. Echó a volar y subió a toda velocidad. Deseé con todas mis fuerzas que ella, la abuela que estaba en el hospital, pudiera verla desde su ventana. Y ¿sabes, Nuria?’, dice el abuelo, ‘¿Sabes? La vio y se curó. Durante muchos años me dijo que se había recuperado gracias a la fuerza que encontró en aquella cometa’. La pequeña sonrió y abrazó a su abuelo mientras sentía la fuerza de su tatarabuela dentro de ella. Miguel pudo sentir también cómo los miedos de su nieta se diluían. Nuria le dio un beso en la mejilla a su abuelo y le preguntó lo que cualquier niño preguntaría: ‘¿Dónde está esa cometa, abu?’. ‘Se fue volando. Tan alto, tan alto, que se perdió por el cielo’. Ella empezó a mirar por la ventanilla de la nave, buscando la cometa y, os lo creáis o no, a la altura del continente africano la vieron pasar. Aquella hermosa cometa hecha de mascarillas con la figura de la superabuela pintada y con una sonrisa de buzón y una pequeña frase que decía: ‘Todo saldrá bien’.

La vida es bella si amas tus diferencias. Si la contemplas de cerca, la vida a veces no tiene sentido. Hay que alejarse un poco y contemplarla desde lejos, con una gran sonrisa.


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enlace al video:  https://youtu.be/lO8a68dqgbs